viernes, 17 de diciembre de 2010

Las Guerras de los Controladores. Tachaaan. Los Orígenes.

Me hubiera gustado hablar hoy del amor, ese pájaro de terciopelo y carmín, que tan pronto canta canciones hipnotizadoras, como grazna como una harpía; pero hay asuntos más urgentes, y hoy no puedo, no puedo. Me debo al deber (valga la rebuznancia) histórico e investigador de relatar Las Guerras de los Controladores, esos seres que el comisariado político al uso pintó para todos como gentes abominables que tan pronto quieren igualdad de derechos, como de repente exigen que se cumpla la constitución; y cómo se enfrentaron, con sus armas de triple filo ensangrentadas de deseos de viaje tibio y de vacaciones en Cancún, al sublime estadista Josepho Blanco Conceto y su terrible ejército de Enanos Anticonstitucionales; y de cómo todo un pueblo llegó, por delegación y dejación de la función intelectual básica de ser crítico y tener criterio autónomo, a la conclusión de que su perfidia no conoce límites, e incluso quieren, según parece, vacaciones y días libres en el mes. De lo que ganan, ni hablamos.

Pero, mi hipotético lector, vayamos al asunto que nos ocupa.

Por que la guerra que los Ignorantes Avariciosos y su ejército de Enanos Anticonstitucionales hicieron con Los Controladores, es la más ridícula de cuantas nuestra edad y nuestro tiempo vieron, y más manipulada y espúrea que cuantas jamás hemos oído de gobiernos contra ciudadanos y de políticos contra grupos profesionales. Hay algunos que la tertulian, por no tener profesión honesta y no tener idea de lo que hablan, y juntan cosas vanas e indecentes a las orejas de los que las oyen; y hay quienes en ella se hallaron y cuentan cosas falsas, o por ser muy adictos al poder y sus rentas dinerarias, o por aborrecer en gran manera a los controladores; pero no se halla en ellos jamás la verdad que la historia requiere. Empecemos,  pues, por el principio:

LA PROTOHISTORIA

¿Cómo un pueblo desorganizado, fragmentado en grupúsculos irreconciliables, capaz de matar por un partido de fútbol, dispuesto a despellejar al primero que diga qué hay que hacer, desobediente e incapaz del trabajo en común, se ha puesto, de repente, de acuerdo? ¿Cómo es posible que este pueblo de guerrilleros indomables, de salteadores de caminos, de nobles diletantes de revista del corazón, de burguesía de slip y braga-faja, haya decidido de repente ser ejército y poner toda su energía vital al servicio de una causa común: el fin de los privilegios de los controladores, sin importarle si realmente son privilegios o si, caso de serlo, no habría que empezar por alguna otra casta más privilegiada, por ejemplo, los políticos? ¿De dónde sale esta capacidad de ponerse, de repente, de acuerdo en que hay que derogar la Constitución a guarrazo limpio, por que el sacrosanto deber de reducir a los Malvados Controladores exige ese sacrificio (que puede acabar con el estado constitucional, y que nos convierte en el hazmerreir actual de la prensa europea)? ¿De dónde sale esa necesidad íntima que tenemos los españoles de juzgarlo todo como si fuera una cuestión personal, basando el juicio en meros sentimientos, y esa necesidad de dar todo lo sentido por válido como verdad absoluta y racional? En resumen: ¿La Constitución se puede reinterpretar y variar porque yo lo valgo, y de eso estoy seguro, con el objeto de domar Controladores asilvestrados, aunque luego se quede hecha una pena, e incluso, como posible consecuencia, a mi me hagan lo mismo dentro de 10 meses, cuando una horda de Enanos Anticonstitucionales, privados de dirección pepiña y descontrolados se fije en mí y le parezca bien deshacerse de mi persona?

Ortega y Gasset, esa pareja de intelectuales filósofos españoles, a la altura de otras grandes parejas de la historia de España (va por tí, José Carlos), como Espoz y Mina, o los mismísimos Ramón y Cajal; Ortega y Gasset, decía, ya advertía que todo el problema viene de lo que describió como la invertebración de España, y que en un lenguaje más moderno podríamos  llamar también desestructuración. ¿Y eso qué es lo que es? Pues es muy sencillo: un día, como hacía bueno, a un tal Carlos V, su abuela le había dicho "Mira, Karl, cabezón, ¿qué vas a hacer con la herencia de tus padres. Porque yo había pensado, en la parte del sur plantar unos repollos para hacerte ese Sauerkraut que tanto te gusta" Carlos le contestó: "Pero agüeli, si me da mucho asco y no me gusta, y además me da gases." Y ella, debido a su dignidad real y a su savoir faire, le dijo "Tú te callas y te comes lo que yo te ponga." Ante esta situación, Carlos bajó a ver cómo era aquello de España que le habían dejado sus papás, y para evitar que su agüeli plantara repollos, se quedó, y se puso Carlos I de España y V de Alemania. Total, que a Carlos, emperador, hombre poderoso, le dio un flato mal aventao y en 1555 decidió dejar de ser emperador y dedicarse a pensar en la muerte todo el rato. Y desde entonces, no hemos levantado cabeza, porque desde entonces los Reyes de España, no han hecho otra cosa que, primero, pasarlo bien, y luego pensar en la muerte todo el rato. Y digo yo, ¿quien gobierna? Pues ese es el tema, que mientras en Europa había monarcas fuertes que asumían el gobierno y la estructuración del estado, a partir de Felipe II, el vacío de poder lo iban llenando, ora los listillos, ora la iglesia. Pero también desde entonces, y basándose en el principio de que no se aprende lo que se dice que hay que aprender, si no lo que se ve hacer al que enseña, el pueblo se dedicó a pasarlo y bien y, una vez sobrevenido el bajón postcoital (dicho en sentido hipotecario y con carácter genérico), a pensar en la muerte. Ni nación, ni estado ni na ni na. Entonces, como nadie sabía qué había que hacer en los ratos en los que no estaban pasándolo bien o pensando en la muerte, inmediatamente todo el mundo decidió que cada uno sabía perfectamente y mejor que nadie qué hacer. Si era bueno o malo, ajustado a derecho o no, basado en principios racionales o simples deseos-sensanciones, eso era lo de menos. Lo importante era tenerlo claro. Y ahora, todos tienen claro que los controladores son una panda de machos cabríos, dignos del nombre del puerco, y ya está, y como me decía un ciudadano cabreado ayer en una entrevista: "Confiéselo, ustedes son unos sinvergüenzas". El hombre ya había pensado en la muerte un rato, el coito estaba aplazado sine die, y decidió arreglar esto teniendo razón, pero como sentimiento. Sin datos, sin números claros, sin hechos demostrables. Yo, por agradar al hombre, le hubiera dicho lo que quería, pero me sabe mal por mis padres, que me estarán escuchando, y, sobre todo, por que no me tengo por sinvergüenza. O al menos, no por esa razón.

¿Y esto cómo influyó en los sucesos de Las Guerras de los Controladores? Pues de gran manera, como intentaré mostrar, mis queridos lectores imaginarios, en el próximo post "Las Guerras de los Controladores: el Glorioso Advenimiento del Conceto".




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